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La “enfermedad holandesa”

La Tercera

Uno de los fenómenos macroeconómicos más estudiados es conocido como “dutch disease” (“enfermedad holandesa”), referido a los efectos negativos que tuvo para los Países Bajos el descubrimiento de depósitos de gas natural en el Mar del Norte en la década del 60. Este es en extremo interesante, ya que muestra cómo un aumento significativo en el ingreso de divisas al país termina siendo una mala noticia para sus habitantes, lo que a priori parece un contrasentido. Sin embargo, la situación actual de la economía chilena parece confirmar la existencia de la citada enfermedad. La negativa situación económica y política actual se explica en parte porque la doctora y su equipo médico no fueron capaces de diagnosticar los riesgos asociados, y por consiguiente, suministrar los antídotos necesarios.  

Algunos datos pueden ayudar a ilustrar lo anterior. Entre 2004 y 2011 el aumento de precio de nuestros productos de exportación generó envíos adicionales por cerca de US$ 50 mil millones,explicado principalmente por el aumento del precio del cobre. Hay que considerar que en ese período el precio del metal se multiplicó casi cinco veces, siendo este el ciclo expansivo más largo registrado. De hecho, y muy importante en las secuelas de la enfermedad, es que parte importante de esta bonanza fue a parar a bolsillos del gobierno, no sólo por la tributación de la minería y de Codelco, sino también por el mayor crecimiento del PIB, y por ende, de los ingresos tributarios. Es así como las arcas fiscales recibieron cerca de US$ 60.000 millones adicionales en ese mismo lapso, de los cuales la mayor parte se convirtió en mayores beneficios para la población.

No se trata de que este mayor gasto social sea negativo. El problema se produjo porque con base en esa larga -pero transitoria- bonanza se perdió la prioridad en el crecimiento y en el esfuerzo individual. Y no sólo eso, durante la campaña presidencial, a pesar de que el fin del boom minero era evidente, se ofreció a la población profundizar significativamente este naciente Estado benefactor. El programa de gobierno fue entonces doblemente populista, no sólo en las promesas de gasto, sino también respecto a su financiamiento. Se dio por garantizado el crecimiento económico, a pesar de que se postulaba un significativo aumento de impuestos, diluyendo los incentivos al ahorro y la inversión, y una reforma laboral que también castigaba los incentivos a la productividad.Se anunció también un cambio radical en las reglas del juego,hacia un modelo de mayor injerencia estatal en todos los ámbitos, sumando también un cambio en las reglas del juego democrático que favorece la mantención en el poder de la coalición de gobierno. ¡Oh sorpresa! El crecimiento se fue a pique en ese esquema.

Si bien el fin del boom minero ha contribuido -siendo éste evidente hace más de dos años-, lo que habría hecho un gobierno responsable es tener un programa cuyo centro fuera enfrentar en buena forma el shock negativo que se estaba sufriendo.

Mantener la combinación de bajo crecimiento y mucho gasto público era una mala medicina. Afortunadamente se empiezan a moderar las promesas de gasto, o al menos se busca diluirlas en el tiempo. Pero la salida del estancamiento actual sólo es posible volviendo a poner el crecimiento económico en el centro de la agenda y olvidarse del populismo. Es momento de cambiar la terapia y así superar nuestra “enfermedad holandesa”.

 

Columna de Cecilia Cifuentes, Economista Senior de Libertad y Desarrollo, publicada en La Tercera.-

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