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La política fiscal, villana invitada

La Tercera

rosanna la terceraNo deja de sorprender que sea la política fiscal la villana invitada que lleva a la Presidenta a hablar de “realismo sin renuncia”, sea lo que sea que ello signifique. El concepto parece ubicarse entre el propósito de “descomprimir tensiones y mejorar expectativas” y “descomprimir el programa sin generar divisiones”. Para quien invierte su capital parece insuficiente, pero al nuevo gabinete puede darle tiempo. Tampoco demasiado, porque en el debate legislativo está el proyecto de reforma laboral que contribuirá a dar luces o sombras sobre las alicaídas expectativas. Como sea, la inversión se decide a partir de señales concretas.

Para acercarnos a entender qué hay de nuevo en la política fiscal, los invito a separar el análisis en tres planos diferentes. El primero de ellos es el foco en el mediano y largo plazo. En un país serio, y Chile en materia fiscal aún aspira a serlo, la decisión de cuánto se puede gastar depende inexorablemente de cuánto se recaude y, por lo tanto, del crecimiento de tendencia y del precio del cobre de largo plazo. Ambas se proyectan a la baja. Para dimensionar: con tasas de crecimiento de tendencia de 3,5%, con nivel estabilizado y con alguna caída en cobre, el crecimiento del ingreso sería en torno al 3% real. Aplicados al gasto de hoy (y con nivel de déficit constante), se trata de algo menos de US$ 2.000 millones para financiar el reajuste real de los funcionarios públicos, subvenciones educacionales, becas y todo aquel gasto que normalmente crece sobre la inflación, dejando menos espacio a nuevas iniciativas. Para financiar nuevas iniciativas, siempre se puede sumar lo que se logre reasignar, aumentando la eficiencia de los recursos públicos, lo que siempre es bienvenido.

Así se entiende mejor el desafío del crecimiento, el cual pasa a ser una variable crucial en la medida que se transforma en una limitante presupuestaria. Por ello vuelve a ser un tema de la agenda. La recientemente creada comisión de productividad tiene un desafío y su misión debe ser realizar un esfuerzo real y vigoroso por detectar y eliminar las barreras a la innovación y el emprendimiento y reducir costos de transacción que están ahogando proyectos, eliminar regulaciones cuyos costos excedan los beneficios y, en definitiva, poner el foco en la productividad. Yo por mi parte agradezco integrarla y me la juego por que así sea, pero debe responder rápido y estar a la altura del desafío y no debiese desestimar temas que afecten el crecimiento. A su vez, sin un giro en las reformas, es difícil que se desplieguen los círculos virtuosos de un crecimiento más acelerado, el cual depende tanto de la productividad como de la inversión y la participación del trabajo y de su calidad.

En un segundo plano, consideremos el uso de los MMUS$ 8.000 de la reforma tributaria que se prometió destinar a educación de calidad, salud,  estabilidad fiscal y otras iniciativas en porcentaje menor escala. Un 32% de lo que se espera recaudar ya ingresó al gobierno en 2015 y el próximo 2016 se recaudará ya el 60% del total, llegando a régimen en 2018. Es decir, no solo el costo del programa es mayor a lo que se estimó, sino que el calendario de mayores ingresos y el mayor costo de las reformas está desalineado. Así, con la recaudación de la reforma financiaremos la convergencia a una realidad de mediano plazo más estrecha, posiblemente con otros gastos permanentes y algunos programas populares y, con cargo a ese alicaído crecimiento futuro (salvo que tengamos el esperado éxito en revertir esta tendencia), buena parte de las reformas que se decida priorizar. No sería malo que entre los aspectos que se analicen nuevamente también se considere este paralelo entre el momento en que se recauda y aquél en que las reformas requieren recursos, y como resultado de ello puede ser que demorar la implementación de algunas etapas de la misma sea parte de lo que valga la pena reevaluar.

Finalmente, el tercer plano corresponde al más cercano análisis de las proyecciones para 2015 realizado el Ministro de Hacienda en el Congreso, donde proyectó un déficit de 3% del producto (reconozco haber sido más optimista). Si bien los ingresos caen de la mano del menor crecimiento y el menor precio del cobre, éstos son superiores a los esperados. De hecho, los ingresos “corregidos por el ciclo” son 0,5% del producto superiores a los esperados en la ley de presupuestos. Son los gastos los que sorprenden muy negativamente, aumentando en US$ 1.200 millones, los que no van destinados a apoyar las emergencias en el norte centro y sur del país, sino a cubrir mayores gastos en reajuste de remuneraciones más alto, diferenciales de costos de salud y otras materias que debieron provisionarse en una holgada Ley de Presupuestos que crecía 9,8% respecto a la ley anterior, o un 8,8% respecto de lo ejecutado. Es decir, lejos de destinar ese 0,5% del producto de mayores ingresos estructurales a prioridades programáticas o a reducir el déficit estructural, se destinó a gasto corriente con características de gasto permanente. Es precisamente lo que debemos evitar siga sucediendo.

Conforme a lo anterior, es obvio el llamado a manejar la caja fiscal con cautela y más aún, a ser prudentes con las expectativas y, por sobre todo, asumir que finalmente las reformas que quieran implementarse siguen dependiendo del crecimiento. Una vez más las cuentas fiscales son la villana invitada que contrapone la escasez con las múltiples necesidades, y por tanto la importancia de  ser eficientes al diseñar e implementar y también al priorizar.

 

Columna de Rosanna Costa, Subdirectora de Libertad y Desarrollo, publicada en La Tercera.-

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