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¿Más gasto fiscal?

Pulso

 

Francisco KlappTras un 2014 para el olvido, con una expansión del PIB menor a la mitad del promedio de los últimos diez, 20 y 30 años -incluso considerando las crisis asiática y subprime-, se espera que 2015 sí muestre algo más de crecimiento. El menor dinamismo presenta ciertas particularidades a las cuales vale la pena poner atención, en especial cuando el Gobierno equivocadamente sugiere que nuevos aumentos del gasto público serían lo que el doctor -¿o el jardinero?- recomienda para que los “brotes verdes” florezcan.

Lo primero es que la tasa de desempleo apenas si ha aumentado, contrario a lo esperable después de más de un año de crecimiento por debajo del 2%. Esto puede ejemplificarse a través de la llamada Ley de Okun, tradicional observación empírica que correlaciona tasa de crecimiento del producto (o desviaciones respecto al PIB potencial) con cambios en tasa de desempleo (o su nivel). El Banco Central en una minuta reciente plantea que esta “ley” sugiere que la tasa de desempleo actual sería más baja que la experiencia histórica para un crecimiento tan magro.

Lo segundo es la inflación. El IPC y en especial sus medidas subyacentes (IPCX, IPCX1,IPCSAE) que eliminan componentes más volátiles se han mantenido de manera persistente (más de 12 meses) bastante por encima del techo de la meta del Central, usualmente asociado a períodos de acelerada expansión de la demanda.

Estos elementos, como veremos, son coherentes con un menor producto potencial, lo que implica que las holguras de la economía serían menores de lo previsto, por lo que las presiones inflacionarias podrían, no totalmente, deberse a factores externos, sino más bien a presiones de demanda locales.

Consideremos primero el PIB potencial. Este es determinado por el uso de factores productivos -capital y trabajo- y por el nivel de productividad con que estos son combinados. Aquí vale la pena recordar que productividad en general se refiere, simplemente, a todo ese crecimiento que no puede explicarse por capital o trabajo y, por tanto, que se relaciona con la forma de utilizarlos de manera eficiente. Con metodologías estándar como la que hoy se utiliza para nuestra regla fiscal o aquella encontrada en publicaciones recientes del FMI, resulta bastante difícil llegar a concluir que el crecimiento del PIB potencial estaría por encima del 4%, incluso sin considerar la Reforma Tributaria. De hecho, el FMI en su última Consulta del Artículo IV, plantea que de continuar creciendo la productividad al mismo ritmo que en el período 2000-2013, el crecimiento para 2015-2019 estaría en torno al 3,4%. Bastante diferente del supuesto para la proyeccción del déficit estructural, pues si bien la metodología es la misma, los expertos citados al comité consideran -sin explicar demasiado por qué- que la productividad crecerá unas tres veces más rapido de lo que lo viene haciendo en los últimos diez años. Ojalá que así sea.

Una cosa sí parece clara y el Banco Central, el FMI y los privados lo han recogido: el crecimiento de mediano plazo parece haber disminuido. Lo que es consistente con una tasa de desempleo relativamente estable (y una ocupación que crece lento), si además como sugiere el Banco Central en otra minuta reciente, la demografia y la educación terciaria han cambiado tanto, que hoy muchos menos jóvenes con baja escolaridad ingresan a la fuerza de trabajo, reduciendo la tasa de desempleo de equilibrio.

Volviendo a la inflación. La magnitud con la que movimientos del tipo de cambio -apreciación o depreciación de la moneda- afectan al nivel de precios, o “coeficiente de traspaso”, es un elemento que cobra especial importancia en la coyuntura actual, luego que desde comienzos de 2013 el peso se depreciara en términos nominales contra el dólar en torno a 30%. Fenómeno mucho más duradero que episodios anteriores de la última década. Lo habitualmente estimado, sitúa al coeficiente a un año plazo en torno a 15%, y 20% para un horizonte más largo de dos años. Un 1% de depreciación justificaría hasta 0,2 puntos más de inflación.

Actualmente el dólar se ha apreciado contra la mayor parte de las monedas, por lo que la depreciación del peso contra una canasta de monedas de los socios comerciales relevantes difiere de aquella registrada exclusivamente contra el dólar. Con esta lógica, la depreciación del peso sería de tan solo un 10% desde comienzos de 2013 a la fecha, menos de un tercio de lo antes mencionado. Más aun, este efecto probablemente esté sobrestimado: la evidencia indica que a partir de la adopción de metas de inflación por parte del Banco Central, el coeficiente a un año parece ser menor (más bien en torno a 10%) y, por otra parte, el traspaso a los indicadores subyacentes, los que hoy más preocupan, es también considerablemente menor. En fin, la depreciación del peso difícilmente justifica toda la persistencia de la inflación subyacente.

Lo descrito sugiere que una política monetaria expansiva como la vigente, sumada a un importante crecimiento del gasto público como el que este Gobierno impulsa, solo serían instrumentos útiles si la desaceleración tuviera un carácter eminentemente cíclico. De lo contrario, las políticas recién descritas, si bien han sido parte de lo que ha permitido observar los “brotes verdes”, de continuar con la misma intensidad -o aumentar- podrían finalmente agudizar el problema, presionando la inflación, deteriorando la posición fiscal, y dificultando el ajuste de precios de activos, sin aportar al crecimiento, en cuanto serían factores de oferta los que inhiben una mayor expansión.

Columna del investigador del Programa Económico de Libertad y Desarrollo, Francisco Klapp, publicada en Pulso.- 

 

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