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EL MOMENTO DE EYZAGUIRRE

Chile B

REPRODUCIMOS LA COLUMNA DE JORGE RAMÍREZ, INVESTIGADOR DEL PROGRAMA SOCIEDAD Y POLÍTICA DE LYD, PUBLICADA EN CHILE B.

El ministro de Educación, Nicolás Eyzaguirre, atraviesa por el momento más difícil desde que asumió el complejo desafío de liderar el proceso de reforma educacional desde el Mineduc. Si bien el impulsar una reforma educacional fue probablemente el elemento discursivo más relevante de la campaña, donde Michelle Bachelet logró acceder a un segundo mandato presidencial, lo cierto es que hoy su reforma más sentida se encuentra entredicho. En efecto, basta revisar un par de encuestas de opinión para percatarse de que algo anda mal con la propuesta educacional que el Ejecutivo ofrece al país.

Mientras al 30 de abril de 2014 un 60% de los encuestados por Plaza Pública Cadem declaraba estar de acuerdo con la reforma educacional del gobierno, hoy esa cifra alcanza sólo un 47%. Un patrón similar se observa al considerar la evaluación del rol del Ministro respecto de la reforma; un 53% reprueba la forma como el ministro la está llevando adelante, mientras que sólo un 33% respalda la forma como Eyzaguirre impulsa la iniciativa; un 66% plantea que el ministro no le genera confianza y un 53% piensa que no comunica bien sus ideas, mientras que un categórico 55% opina que no es la persona más indicada para conducir los cambios en educación. En la misma línea, la encuesta Adimark de junio muestra que el apoyo a la reforma educacional bajó desde un 58% en mayo a un 49% en junio. En definitiva, se trata de un duro cóctel de escepticismo y rechazo ciudadano.

La descapitalización de respaldo ciudadano no es atribuible al mero “efecto MINEDUC” —recordemos el caso de la Ministra Schmidt quien al pasar del SERNAM a Educación bajó 36 puntos porcentuales sólo por ser nombrada en la cartera de Educación— prueba de aquello es que Eyzaguirre ostentó niveles de adhesión bastante aceptables en el inicio del mandato: 64% de aprobación. De ahí que el elemento mediador que explica su cuestionamiento por parte de la ciudadanía sea única y exclusivamente la reforma educacional: sus acciones, declaraciones, contradicciones y omisiones han permitido instalar un manto de duda sobre la pertinencia del paquete legislativo que aborda la cuestión del fin al lucro, copago y selección. De modo paralelo, por cada desacierto del ministro la Alianza visualiza cómo las ventanas de oportunidades políticas se abren para dar forma a una aproximación tibia, pero lo suficientemente honesta, como para reconstituir canales con las capas medias de la sociedad, las cuales, a pesar de compartir el espíritu de avanzar en una mejora al sistema educacional, no están dispuestas a hipotecar el derecho a la libertad de escoger el establecimiento educacional para sus hijos.

El dilema de Eyzaguirre es que necesita reconstruir confianzas. Por un lado, para volver a entusiasmar a la ciudadanía escéptica con su reforma, necesariamente deberá incurrir en dosis de moderación respecto de su proyecto original, sin embargo, todo asomo de moderación será castigado por los representantes estudiantiles, quienes a partir de su poder de veto, no verían con malos ojos —y como señal de vigencia— agregar un nombre más a la lista de ministros de educación destituidos por su presión; respaldo ya tuvo— argumentarían—, mas cuando de política se trata, éstos tienden a ser relativos, y por cierto, condicionados a las contingencias.

Entonces, el momento de Eyzaguirre es complejo por donde se le mire. En lugar de la tesis de Fulvio Rossi donde se esgrimió que la salida del ministro implicaría el fin de la reforma, el panorama actual invita a pensar un escenario donde: o es la reforma o es Eyzaguirre, pero espacios para ambos, tal y como fueron pensados en el diseño original, parece un escenario difícil de imaginar.

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